Lucas, sus huracanes

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Preámbulo

Aún tengo muy claro en mi memoria aquellos días en los que todos los días me amenazaban de muerte mis compañeras de la Universidad, las brujerías no les bastaba, yo sabiendo de antemano que no me iban a matar, tomaba como pretexto que me tenía que ir a la Antigua.  Entonces salía corriendo a la casa de mi amigo Erick Gonzalez, en días inusuales a horas inusuales.  Erick me recibía con la Chavela Vargas un litro de gallo y el mundo Cortázar.  Horacio, la Maga, el Club de la Serpiente, los cronopios, las famas y esperanzas revoloteaban y un tal Lucas nos daba tal risa, que ahora afortunadamente Cortázar esta más vivo que nunca, rescató uno de esos cuentos para compartir en el círculo literario de la Escuela de Comunicación.  Dios si  existe ojalá encuentre otros papeles pérdidos, así el mundo Cortázar lejos de pasar a la historia, cada día sea más vigoroso.  Las compañeras siguen deseando que yo me muera, pagando brujos.  Yo bien gracias leyendo los papeles inesperados, talvez el mundo da vueltas pero al final no se mueven de su lugar, las cosas importantes siempre están ahí y no mueren.


Para Carol, que el malecón de
La Habana sospechaba que el viento
del norte no era del todo inocente.

El otro día instalé una fábrica de huracanes en la costa de la Florida, que se presta por tantas razones, y ahí nomás hice entrar en acción los helicoides turbinantes, los proyectarráfagas a neutrones comprimidos y los atorbellinadores de suspensión coloidal, todo al mismo tiempo para hacerme una idea de conjunto sobre la performance.
Por la radio y la televisión fue fácil seguir el derrotero de mi huracán (lo reinvindico expresamente porque nunca faltan otros que se pueden calificar de espontáneos), y ahí te quiero ver porque mi huracán se metió en el Caribe a doscientos por hora, hizo polvo una docena de cayos, todas las palmeras de Jamaica, torció inexplicablemente hacia el este y se perdió por el lado de Trinidad arrebatando los instrumentos a numerosas steel bands que participaban en un festival adventista, todo esto entre otros daños que me impresiona un poco detallar porque lo que me gusta a mí es el huracán en sí mismo, pero no el precio que cobra para ser verdaderamente un huracán y colocarse alto en el ranking homologado por el British Weather Board.
A todo vino la señora de Cinamomo a increparme, porque había estado escuchando las noticias y allí se hablaba con términos sacados del más bajo sentimentalismo radial tales como desnutrición, devastación, gente sin abrigo, vacas propulsadas a lo alto de cocoteros y otros epifenómenos sin ninguna gravitación científica.  Le hice notar a la señora de Cinamomo que, relativamente hablando, ella era mucho más nociva y devastadora para con su marido y sus hijas que yo con mi hermoso huracán impersonal y objetivo, a lo cual me contestó tratándome de Atila, patronímico que no me gustó nada, vaya a saber por qué, puesto que en la realidad suena bastante bien, Atila, Atilita, Atilucho, Atilísimo, Atilango, fíjese todas las variantes tan bonitas.
Desde luego que no soy vengativo, pero la próxima vez voy a orientar los helicoides turbinantes para que le peguen un susto a la señora de Cinamomo. No le va a gustar nada que su dentadura postiza aparezca en un maizal de Guatemala, o que su peluca pelirroja vaya a parar al Capitolio de Washington; desde luego este acto de justicia no se podrá cumplir sin otros desplazamientos quizá enojosos, pero siempre hay que pagar algún precio por las cosas, qué joder.

Julio Cortázar
Papeles Inesperados
Editorial Alfaguara
México 2009, pág. 145-146
Transcripción con fines educativos

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