Un contacto calibrado que traspasa mis neuronas
complacientes. El suspiro que perfora poco a poco
la fosa para mis latidos, la tumba de mis emociones,
la cripta del susurro transformado en beso.
Así son sus besos, como gruesos perdigones
incrustados sobre mi corazón. Como balas
incandescentes e incontrolables. Como plomos
fragmentados que destrozan mi pecho desnudo.
Uno tras otro… y otro más; una ráfaga de besos
eternos, simulacro de lo que somos en la lejanía.
El impacto practicado en nuestro encuentro.
Sus besos y mis besos, nuestras municiones,
capaces de dispararse en todas direcciones,
hasta dejar nuestros cuerpos descargados.
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